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Julio: ¿Una Iglesia (comunidad) accidentada o enferma?

El 25 de marzo de 2013,  doce días después  de haber sido elegido Papa, Francisco le envió un saludo a la conferencia episcopal argentina en su sesión plenaria 105º de ese año. En el saludo manifestó algunas de las ideas que han guiado posteriores homilías, reflexiones y ciertos ejes de la exhortación Evangelii Gaudium. Quisiera compartir algunas de ellas:

Una Iglesia en salida que corre el riesgo de accidentarse

La revelación bíblica siempre nos muestra ese dinamismo de “salida” que Dios quiere suscitar en los creyentes: peregrinar hacia una tierra nueva (Abraham); el enviado que acompaña al pueblo liberado hacia una nueva alianza (Moisés); la invitación a Jeremías a salir de su miedo para cumplir la misión encomendada. Somos llamados a dejarnos guiar por el  Espíritu para salir de nuestras comodidades, costumbres y seguridades y así ir al encuentro de los que necesitan escuchar y vivir el mensaje salvador del Señor. A veces estamos preocupados más de nuestra quejas, lamentaciones y frustraciones que de preguntarnos cómo hoy el Señor nos pide testimoniarle en las periferias geográficas y existenciales en medio del mundo. (Cf. EG 20).

            El número 49 de la exhortación, a mi modo de ver nos invita a la valentía y al compromiso y es una de las síntesis del deseo de Francisco para la Iglesia: “prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades. No quiero una Iglesia preocupada por ser el centro y que termine clausurada en una maraña de obsesiones y procedimientos. Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida. Más que el temor a equivocarnos, espero que nos mueva el temor a encerrarnos en las estructuras que nos dan una falsa contención, en las normas que nos vuelven jueces implacables, en las costumbres donde nos sentimos tranquilos, mientras afuera hay una multitud hambrienta y Jesús nos repite sin cansarse: «¡Denles ustedes de comer!” (Mc 6,37)”. (EG 49)

            Sabemos que el miedo ante lo que el Señor nos pide y la misión encomendada brota de la falta de fe y de la poca confianza en la palabra del Señor: <<Él les contestó: —¿Por qué tanto miedo? ¡Qué poca fe tienen ustedes! Dicho esto, se levantó y dio una orden al viento y al mar, y todo quedó completamente tranquilo>>. (Mc 8, 26)

Cuidarse de la mundanidad  espiritual

El concepto de <<mundanidad espiritual>> el Papa lo toma de un texto  de H. De Lubac[1], en el cual refleja la actitud radicalmente antropocéntrica de esta noción, en el sentido en que a veces los creyentes, teórica ni prácticamente no viven una referencia real a la dimensión trascendente. Esta mundanidad espiritual es la tendencia a buscar la propia gloria humana y el bienestar personal por sobre la gloria del Señor, detrás de apariencias de religiosidad, devoción y de entrega pastoral. El Papa Francisco, indica que no siempre se es consciente de este deseo, que está relacionado con el sobre cuidado de la propia apariencia e imagen personal.

Francisco, siguiendo a de Lubac,  afirma que <<si esta mundanidad invadiera la Iglesia, sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral>> (Cf. E.G 93)

Siempre hay diversidad de motivaciones en nuestras conductas y opciones. Debemos ser mas honestos para darnos cuenta de que se convive con deseos de servicio auténtico y también con deseos de protagonismo que arrojan a un rincón la persona de Jesús como centro de la comunidad y de la historia. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: <<¿Cómo pueden creer ustedes, si reciben gloria los unos de los otros y no buscan la gloria que viene del Dios único?>> (Jn 5, 44)

Autorreferencia y narcisismo eclesial

Esta mundanidad se alimenta especialmente a través de un fe individualista y encerrada en un subjetivismo totalizante, donde nuestra vivencia se centra en una determinada experiencia o actividad, que nos hace sentir bien, nos reconforta, pero no nos abre al misterio de Jesús ni a un seguimiento comprometido hasta la cruz.

Otra manera en que se suscita esta tendencia, es mantener una actitud autorreferencial, en donde se pone la confianza en las propias fuerzas y en el cumplimiento orgulloso de normas, tradiciones humanas y costumbres poco eclesiales, más que al contenido del evangelio. Se discierne más a partir de los propios intereses y gustos que desde lo que otros genuinamente necesitan y de lo que es coherente con el Evangelio.

El Papa Francisco señala en la Evangelii Gaudium y en el discurso a la curia en la navidad de 2014,  que existen en nuestra cultura marcados rasgos narcisistas tanto en instituciones como en comunidades y personas. Existe un narcisismo sano, que está a la base del desarrollo psíquico y que permite una sana autoestima, pero hay otro más enfermo, que conduce a trastornos en la personalidad.  Estos rasgos narcisistas pueden ser: un grandioso sentido de auto importancia, esperar ser reconocido como alguien muy significativo; preocupación por fantasías de éxito ilimitado, poder, belleza o amor;  creerse especial y único;  buscar relacionarse con personas de gran status social, para acceder y sentirse en ese status; exigir ser admirado y valorado;  manipular y sacar provecho de algún modo de los demás para alcanzar sus metas; dificultad para  reconocer, comprender y ponerse en el lugar de los demás; no reconocer sus fragilidades, tendiendo a ser envidioso y arrogante.

            La Iglesia y los creyentes tenemos que aprender más de la humildad y mansedumbre de Jesús que <<no vino a ser servido, sino a servir>>, que <<no vino a hacer su voluntad, sino la voluntad del Padre>> y que tuvo siempre sentimientos y actitudes de misericordia y compasión.

El camino de sanación.

Nos sanamos de esta enfermedad autorreferencial, poniendo a la Iglesia y a nuestras comunidades en un movimiento de salida de sí, en una misión centrada en Jesucristo y entregada a los que sufren, con el riesgo permanente de accidentarnos, pero evitando el virus del egoísmo y apatía.

Sabemos que al compartir los gozos y sufrimientos de tantas personas que hemos conocido en el trabajo pastoral y profesional, el Señor nos cuestiona en nuestro propio estilo de vida y nos anima a un compromiso mayor. Las luchas y esfuerzos de los pequeños y humildes, alimentan la esperanza de que es posible <<cielos nuevos y una tierra nueva>> (Ap 21, 1) para estos hermanos. 

Pidamos al Padre Dios que nos dé la gracia, saliendo de nuestras seguridades y aburguesamientos, de contemplar y escuchar sin miedo a Cristo en su Palabra, celebrar dignamente los sacramentos que nos liberan de nuestras esclavitudes y orar personal y comunitariamente, trayendo siempre a nuestra memoria los acontecimientos, personales y comunitarios, eclesiales y sociales que vivimos. Dice el Papa Francisco: <<esta mundanidad asfixiante se sana tomándole el gusto al aire puro del Espíritu Santo, que nos libera de estar centrados en nosotros mismos, escondidos en una apariencia religiosa vacía de Dios. ¡No nos dejemos robar el Evangelio!>> (EG 97)



[1] Henri de LubacMéditation sur l’Église, Cerf, París, 1968, 231.