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Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado

Puede parecer insólito que el Credo, además de nombrar a Jesús y María, se mencione a Poncio Pilato. Esta evocación parece que busca señalar una demarcación concreta; lo que se afirma de Jesús no es tanto un discurso ético o una leyenda espiritualista; sino que es un acontecimiento histórico que se encuadra en un momento concreto de nuestra humanidad. Como dice San Agustín, “era necesario añadir el nombre del juez para dar a conocer la fecha”. Pilato es el símbolo de una forma de ejercer el poder y el dominio sobre los otros; no es el modo de Jesús, que es el de un siervo sufriente, cuyo poder es preocuparse por su pueblo, especialmente por los más débiles. El procurador romano sabía que era un inocente, pero sólo lo habría liberado si no hubiera afectado sus pretensiones políticas y su relación con el César (cf. Jn 19,12). Pero finalmente, en su ambigüedad, “se lava las manos” cediendo ante la injusticia y la provocación de los judíos.

Un buen número de teólogos considera que la crucifixión de Jesús es el acontecimiento que argumenta con mayor fuerza la existencia histórica del Señor. Es un hecho que está atestiguado tanto por el historiador romano, Tácito[1], quien relata cómo Nerón culpó a los cristianos del incendio de Roma, como por el historiador judío, Flavio Josefo[2].

También encontramos una referencia a la muerte de Jesús en el Talmud[3], “En la víspera de la Pascua fue colgado Jesús (el Nazareno), y el heraldo fue por doquier durante cuarenta días diciendo: <<Jesús de Nazaret va ser apedreado, porque ha practicado la magia y ha engañado y extraviado a Israel. Si alguien sabe algo en su favor, que salga y declare sobre él. Pero no encontraron nada en su favor. Y lo colgaron en la víspera de la Pascua>>. Ulla dice: ¿Habría que suponer que Jesús, el Nazareno, un revolucionario, tenía algo a su favor? Era un engañador..." (Sanhedrín, 43a). El Talmud vuelve a poner en discusión la fecha de la muerte de Jesús. Los evangelios sinópticos afirman que Cristo fue crucificado el día de Pascua; San Juan, por el contrario, afirma que fue en la víspera de Pascua como el texto del Talmud.

                El Talmud utiliza la palabra “colgado” para referirse a Cristo, haciendo alusión al libro del Deuteronomio 21, 22-23 y es el mismo texto que está detrás del accionar del Sanedrín. Tomando este texto, la razón de los opositores a Jesús de crucificarlo es remarcar que es un maldito de Dios; por lo tanto, Jesús no puede ser el Mesías: “Si un hombre, reo de delito capital, ha sido ejecutado, lo colgarás de un árbol. Pero no dejarás que su cadáver pase la noche en el árbol; lo enterrarás el mismo día, porque un colgado es una maldición de Dios”.  (Dt 21, 22-23).  Para lograr este objetivo las autoridades judías lo llevan ante Pilato cambiando la acusación de blasfemia y así lograr que fuera ajusticiado en la cruz y evitar que la condena fuera apedrearlo; del desenlace del episodio se infiere claramente que los judíos no fueron lo suficientemente sagaces para engañar a Pilato, pero sí fueron lo suficientemente fuertes para presionarle.

Lo que le preocupa en el fondo al Sanedrín es que quede claro que Jesús no es un bendito de Dios: “Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los magistrados y al pueblo, y les dijo: <<Me han traído a este hombre como alborotador del pueblo, pero yo le he interrogado delante de ustedes y no he hallado en él ninguno de los delitos de que le acusan. Ni tampoco Herodes, porque nos lo ha remitido. Nada ha hecho, pues, que merezca la muerte. Así que le daré un escarmiento y lo soltaré>>. Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: <<¡Fuera ése, suéltanos a Barrabás!>>” (Lc 23, 13-18). En la resurrección, cuando Jesús quede reivindicado por el Padre, el Sanedrín quedará convertido de juez en reo. Precisamente porque al no haber aceptado el mensaje de Jesús en nombre de Dios quedará desautorizado por el mismo Dios, poniendo así de relieve que Caifás y el Sanedrín entero no ha conocido a Dios.

La muerte de Jesús la podemos comprender como una prolongación de la kénosis; en la cruz acontece una nueva encarnación, porque el Señor asume no sólo el destino de todo ser humano, sino que se hace solidario con los sufrientes, haciendo suyo el pecado de los verdugos. Jesús no sólo da la vida, sino que lo hace de una manera degradante y despreciable; la convicción de Jesús que “nadie tiene más amor que el que da la vida por los amigos” se hace patente en la muerte en cruz. En esa situación, Jesús no huyó de su muerte, sino que la afrontó entendiéndola como la entrega de su vida en servicio del reino que anunciaba. Así lo demuestran sus palabras en las que Jesús invita a entregar la propia vida.

Una vez crucificado, tanto en el evangelio de Marcos como el de Mateo, los autores colocan en labios de Jesús las palabras más radicales que el Hijo de Dios podría haber dicho; <<Dios mío Dios mío, por qué me has abandonado>> (Mc 15, 34; Mt 27, 46); es un padecimiento total, físico, psíquico y espiritual; es un maldito de Dios, porque no sólo está “colgado de una cruz” sino que también abandonado de Dios. Pensarán las autoridades judías, si Yahvé es Señor de vivos y no de muertos, Jesús no puede ser Dios, porque Dios no puede morir. Solo Marcos coloca la interpretación creyente de este acontecimiento en la persona de un pagano: “El centurión, que estaba frente a él, al ver que había expirado de aquella manera, dijo: <<Verdaderamente este hombre era hijo de Dios>>” (Mc 15, 39).

Aunque el Hijo el Dios sea abandonado por la mayoría de los suyos, aunque sólo algunas mujeres lo miren desde lejos, Dios se identifica solidariamente con la víctima que muere injustamente a través de esta interpretación creyente de un incircunciso. El evangelio de Lucas personalizará en la actitud de Jesús la solidaridad de Dios cuando le dice al buen ladrón, a la víctima que está a su lado sufriendo lo mismo: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Dios hace justicia, incluso en aquél que ha hecho un mal, aunque sea un ladrón; porque muchas veces son víctimas de su propia historia y del rechazo y exclusión de la sociedad.

Lo que se revela en los relatos de la Pasión permiten asegurar que Jesús contó con la posibilidad de una muerte violenta y que hubo de prever que la muerte le amenazaba. Su predicación se había ido haciendo cada vez más conflictiva con los dirigentes religiosos de su pueblo, especialmente con los saduceos. Había tenido noticia sin duda de la muerte violenta de Juan Bautista. Algunos textos de los evangelios guardan también con toda probabilidad el recuerdo histórico de que en el círculo íntimo de Jesús se hubo de contar con esa posibilidad.

Entre otros recuérdense los trazos sobre la subida a Jerusalén que trasmite el evangelio de Juan: <<Jesús no quería andar por Judea porque los judíos intentaban matarlo>> (7,1); <<Rabí, los judíos intentaban apedrearte, ¿y de nuevo vas allá?>> (11,8); <<Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: Vamos también nosotros a morir con Él>> (11,16). También algunas palabras de Jesús parecen conservar el recuerdo de que Jesús contó con su muerte violenta y así lo dejó entrever a sus discípulos. Especialmente la siguiente: <<el hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres>> (Mc 9,31).

Nos surge una pregunta final. ¿Podía Jesús haberse liberado de su muerte? Indudablemente que sí, bastaba con abandonar Jerusalén; por lo tanto, se puede afirmar que Jesús se buscó la muerte, no para satisfacer una pulsión masoquista, sino que por coherencia y fidelidad al Padre. Anunciar que el Reino de Dios es misericordia y compasión es peligroso y actuar en consecuencia es más peligroso aún.  La praxis de Jesús fue contraria a una religiosidad judía que condenaba y excluía a los enfermos, pecadores y gentiles y es la expresión del rechazo a la hipocresía de aquellos que se creían puros, pero despreciaban a sus hermanos más sencillos y humildes. La cruz de Cristo no nos exige que busquemos el sufrimiento como un modo de santificación, sino que nos muestra cómo sostener la fidelidad al proyecto de Jesús en momentos de conflicto y dificultad.



[1] “En consecuencia, para deshacerse de los rumores, Nerón culpó e infligió las torturas más exquisitas a una clase odiada por sus abominaciones, quienes eran llamados cristianos por el populacho. Cristo, de quien el nombre tuvo su origen, sufrió la pena máxima durante el reinado de Tiberio a manos de uno de nuestros procuradores, Poncio Pilato, y la superstición muy maliciosa, de este modo sofocada por el momento, de nuevo estalló no solamente en Judea, la primera fuente del mal, sino incluso en Roma, donde todas las cosas espantosas y vergonzosas de todas partes del mundo confluyen y se popularizan”. (Anales, libro 15, capítulo 44, 116, d.C.)

[2] Por este tiempo apareció Jesús, un hombre sabio, si es que es correcto llamarlo hombre, ya que fue un hacedor de milagros impactantes, un maestro para los hombres que reciben la verdad con gozo, y atrajo hacia Él a muchos judíos y a muchos gentiles, además. Era el Cristo. Y cuando Pilato, frente a la denuncia de aquellos que son los principales entre nosotros, lo había condenado a la Cruz, aquellos que lo habían amado primero no le abandonaron ya que se les apareció vivo nuevamente al tercer día, habiendo los santos profetas predicho esto y otras mil maravillas sobre Él. Y la tribu de los cristianos, llamados así por Él, no ha cesado de crecer hasta este día.  (Antigüedades judías, libro 18, capítulo 3).

[3] El Talmud es un texto sagrado y una colección de enseñanzas y discusiones rabínicas. Es una obra central del judaísmo y consta de dos partes principales: el Mishná y la Guemará. El Mishná es una compilación de leyes y tradiciones judías, mientras que la Guemará es una discusión y análisis detallado de estas leyes y tradiciones. Juntas, estas partes forman el Talmud, que abarca una amplia gama de temas, como leyes religiosas, ética, teología y narrativas históricas.

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